«En seguimiento de Cristo, estamos llamadas por el Espíritu a acoger el Amor Trinitario presente en el mundo y anunciarlo entre nosotras y entre todos los hombres y las mujeres.» (Const. 3).
La Congregación de San José nació en Le Puy en Velay, Francia, en 1650, en respuesta a la situación de guerra, hambre e injusticia social.
Fue una de las primeras congregaciones femeninas en ser reconocida legalmente como congregación religiosa apostólica, gracias a su fundador, el Padre Jean Pierre MEDAILLE y al Obispo Henri de MAUPAS, Obispo de Le Puy en Velay.
Durante sus misiones en la región central de Francia, el Padre Médaille se encontró con algunas «viudas y jóvenes» que querían consagrarse a Dios y servir a su prójimo. Ellas fueron: Françoise Eyraud, Claudia Chastel, Marguerite Burdier, Anna Vey, Anna Chaleyer y Anna Brun.
Para ellas y con ellas, el Padre Médaille concibió el proyecto de una nueva
Congregación. Rápidamente las Hermanas fueron más numerosas y vivieron en pequeñas comunidades, sin ningún signo distintivo, comprometidas en todas las obras de misericordia, tanto espirituales como corporales.
La Revolución Francesa (1789-1794) dispersó a la Congregación. Algunas Hermanas fueron guillotinadas, otras encarceladas, algunas regresaron al seno familiar, otras se escondieron. Después de la Revolución, las Hermanas empezaron a reagruparse en comunidades, para ocuparse de un pueblo desgarrado por la guerra.
Durante sus misiones en la región La Hermana San Juan Fontbonne, a petición del Arzobispo de Lyon y después de haber sido encarcelada y liberada, fue llamada a Saint Étienne en 1808 para acompañar a 12 mujeres que querían ser religiosas y las formó en la espiritualidad de las Hermanas de San José. Más tarde La Madre San Juan fue llamada a Lyon, donde estableció la Casa Madre. Las comunidades se multiplicaron, dando a luz a nuevas Congregaciones en Francia y en el extranjero.
A principios del siglo XX, las leyes de secularización en Francia, así como las peticiones de diferentes países, llevaron al envío de Hermanas a: Inglaterra, Armenia, Bélgica, Canadá, Egipto, Estados Unidos, Grecia, India, Irlanda, Líbano, México y Suiza.
Este crecimiento fue tan grande que hoy en día, en el siglo 21, unas 12 000 Hermanas de San José sirven en 55 países.
Más tarde, animadas por el Espíritu del Concilio Vaticano II (1963-65), las Hermanas trataron de responder a las necesidades urgentes de África Occidental y las Congregaciones de San José trabajaron de forma conjunta.
La misión de las Hermanas de San José se vive, hoy, gracias a una espiritualidad basada en las relaciones entre ellas, con Dios, con todos los seres humanos y con toda la creación. Podemos encontrar Hermanas de San José en la banca alimentaria, en albergues para los que no tienen casa, en centros médico-sociales, en universidades, en escuelas, en hospitales, en centros de acogida, en el tribunal, en las cárceles, en centros espirituales, en oficinas, en asilos, en laboratorios, en centros de estudio, en hospicios, etc.
Las Hermanas son maestras, abogadas, médicas, enfermeras, trabajadoras sociales, directoras espirituales, asistentes en pastoral, teólogas, psicólogas, terapeutas, administradoras, artistas, escritoras, músicas, poetas y una multitud de otras actividades.
«Seducidas por el amor de Cristo y habiendo dejado todo para seguirlo, nuestra vida encuentra su unidad en la entrega gozosa y sin reserva al servicio de nuestros hermanos y hermanas» (Constituciones 89).
Religiosas de vida apostólica, es decir, mujeres ‘seducidas’ por Cristo y comprometidas en su seguimiento, en un camino pascual de muerte y resurrección.
Las corrientes espirituales del siglo XVII, particularmente de San Francisco de Sales y de la Escuela Francesa, influyen y colorean su espiritualidad.
La pedagogía ignaciana pone a nuestra disposición medios para crecer en la fe y el amor.
Tender a procurar la doble unión total de los hombres entre ellos y con Dios.
La Eucaristía, «misterio de unión y perfectamente unificador» (Carta E. n°28), modelo y fuente de su amor por Dios y por el prójimo, les permite acoger el don de la unidad, vivirlo entre ellas, en comunidades fraternas, y con el «querido prójimo» (Carta E. n°29).
Mujeres de relación, a través de la humildad, la escucha, el respeto al otro/a, la sencillez, la cordialidad; tratan, ahí donde están presentes, tejer lazos para facilitar la reconciliación.
En la realidad de los diversos países donde se encuentran, el Espíritu Santo les concede el don de vivir, en Iglesia, su misión de comunión.
Juntas/os, Hermanas, Asociadas/os, Colaboradores/as, laicas/os, buscan promover una comunidad de la Tierra en donde reine el amor, la unidad y la reconciliación.
En este mundo conflictivo del siglo XXI, tratan de vivir su misión con el máximo de autenticidad, para que a través de su existencia, indiquen a la sociedad contemporánea el camino de una transformación positiva.
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